miércoles, 7 de junio de 2017

Poema batalla de Lepanto

Prendían la mecha del arcabuz,
Con el fuego que prometían las estrellas,
La victoria o la cruz,
La soledad de la marea,

Las vainas vacías que vaticinan la danza,
El fragor de la batalla que ensordece,
Con el botín como fianza,
Que reclamar no puede quien muerto enmudece.

La espuma se teñía de rojo,
Se congelaba el minutero,
Lloro a quiénes cerraron los ojos.

Gotas negras en el tintero,
Dignas son sus hazañas,

Mas no es digna España de sus guerreros.
Álvaro.

martes, 6 de junio de 2017

TEXTO ÁLVARO GORJÓN

Pero, ¿qué puede hacer un mortal si los designios de los dioses deciden entorpecer su destino? Si las Moiras empiezan a hilvanar los hilos de la desesperación, mientras los segundos se consumen esperando un vídeo que nunca llegó a enviar. En las naves no había cabida para los irresponsables, era el día de la batalla y nos presentábamos sin armas, por culpa de aquel fraguador que no pudo entregar el pedido a tiempo. Pero fuimos, porque es muerte honrada el luchar con la soga en el cuello o una espada atravesando el tórax. Nunca fuimos de huir, de renegar de nuestros actos, la falta de previsión hizo que un mes se esfumara como una efímera ilusión para desnudarnos a las puertas del hades sin ni siquiera tiempo para decir Zeus. Eran las 10 de la noche anunciando un fúnebre presagio, Hermes siempre infalible parecía haberse extraviado, con el mensaje que dotaba de sentido este vídeo y el fruto de un trabajo que nunca hizo justicia a este texto. Un disparo ciego arriba de las murallas de Troya que podría clavarse en el talón de Aquiles si la suerte se  posicionara en mi bando, salvadora. Pero yo no contaba con Apolo para guiarla y destruir ese cero que solventaría algunos rasguños en la nota final, un refuerzo para salvar los restos del naufragio. Nos confiamos, dejamos que el Caballo entrará en Troya, sin hacer caso de la resonancia perezosa que se producía en su interior y que nos contagiaría, sin hacer caso de los avisos de Laoconte que se encarnaba en Don Juan para que no nos fiásemos de las apariencias, de la dejadez.  Incluso cuando la sangre se derramaba y la muerte asolaba cada casa troyana con el fuego reflejando el llanto de la Luna, haciendo oídos sordos a los gritos de mujeres y niños, un hombre emprendió una misión. No permitiría que se perdiese la estirpe troyana y haciendo acopio de valor partió y dejó a su patria a merced del enemigo para fundar el imperio más grande de la historia en las lejanas tierras latinas. La ironía se cernía sobre mí, la historia dejó constancia que la humanidad siempre pago los pecados de otros, no hicimos lo suficiente, quizás yo tampoco me asomé a los abismos del Hades pero la nulidad de compromiso de los tripulantes del barco hizo  rabiar a Ulises. Desataron los vientos de Eolo cuando ya se recortaban las siluetas de los rocosos acantilados de Ítaca en el horizonte, alejándonos de sus costas. El mar nos escupió hacia Escila y Caribdis y había que elegir entre ser engullidos por Caribdis o resultar menguados pero vivos. Aun así conseguimos unos días extra que nos permitieron desembarcar en Trinacria, la isla del dios del Sol, donde pastaban los rebaños sagrados del dios Sol. No fue el hambre sino la irresponsabilidad lo que asoló a los tripulantes como la peor de las plagas y haciendo nulo caso de mis consejos se alimentaron con el ganado de Apolo.